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Un cielo para volar

Por Yamila Conti

Ayer me di cuenta de muchas cosas.
Camino con los brazos libres. Duermo de corrido, salvo raras excepciones.
Coordino salidas de adultos sin programarlo con 1 mes de anticipación.
Puedo atrasarme trabajando, y adelantar mi salida de casa sin hacer malabares.
Puedo hablar con amigas por teléfono sin interrupciones; y la atención de mi mamá dejó de estar 100% en mi hermana Ana Clara y en mi.
Me pruebo ropa más rápido, porque el efecto contagio es muy «contagioso». Puedo ir al baño con la puerta cerrada y bañarme el rato que quiera.
Me encuentro con más paciencia, mis conversaciones son, casi todo el día, adultas. Los gritos los dejo sólo para cuestiones extraordinarias; y ya no soy una máquina de repetir sugerencias con pinta de órdenes.
Consensúo todo el rato. Dialogo hasta llegar a la profundidad de los temas para sacar conclusiones y nuevos temas, por supuesto.
Encuentro parecidos y opuestos en una misma hora, así como también los humores se subieron a una montaña rusa y no hay siesta que los cambie.
Me enorgullezco mucho, y aprendí a hacerlo en voz alta.
Pido perdón muchas veces, sin avergonzarme, y argumentando mi equivocación.
A veces hablo creyendo que no me oye, dando ejemplos, miles de ejemplos. Y luego, veo que aplica su versión, muchas veces mejorada.
Todos los temas pueden ser oídos, de hecho construyo espacios para que sean activamente oídos.
Me río en la calle escuchando ocurrencias y ante mis preguntas me sorprenden las respuestas.
Dejó los pañales, la besé, habló, me miró, corrió, me besó, se trepó, se cayó, lloró, empezó el colegio, la reté, la dormí, me despertó, lloramos, nos enojamos, la despierto, la beso cada vez que puedo.
Eso me pasó, mi hija esta ahí con casi 13, casi terminando su primaria, casi empezando su secundaria..y yo? Acomodándome con prisa, sorprendida, acompañandola, y amándola, siempre amándola.