Me declaro en aprendizaje permanente
Por Yamila Conti
Siempre me pude describir con algunas palabras, sin titubeos. Yo me creía muy fuerte en mis declaraciones, sin mostrar dudas, porque cualquier cosa que dejaba emerger desde mi interior podía exponerme a admitir que no estaba tan en lo cierto sobre ciertas cosas. Sentía que mi formación formal e informal me respaldaba para poder hablar de todo.
Mis decisiones varias veces no eran muy flexibles, porque cuando decidía algo, era teniendo la plena seguridad de estar en lo cierto. Mi lugar confortable era el de contener, y difícilmente podía bajar la guardia. Y tampoco contaba mucho lo que me pasaba, yo podía con lo mío.
En estos últimos años, cambié la escucha. Algo empezó a pasar debajo de mi superficie, algo que me fue desarmando. Y casi desarmada, llegué a este año.
Pasé unos días con amigas como muchas veces, y descubrí mucho de cada una de nosotras, porque capaz yo venía distinta. Y los relatos fluyeron, sin que nadie quiera sacar conclusiones mágicas, ni recetas infalibles. Y fue sanador. No porque hayamos llegado a la cura de nada, sino porque la charla nos permitió “conocernos”, conocerme. Probarme estar en silencio, porque no todo requiere respuestas, un silencio cómplice y de cuidado sin pedir nada a cambio. Y cuando abrí ciertas puertas, me di cuenta que no las quise cerrar.
Unos días después a ese viaje, señalé a una gran amiga con un palabra que sintió que la encasillaba, y se enojó. Primero me asombré por su exagerada reacción. Luego intenté explicarle que entendió mal, porque no fue mi intención (por supuesto que no!) señalarla.
Después, pensándolo mejor, me di cuenta que tenía razón, y no se si me disculpé, pero lo hago públicamente ahora. Porque aunque me considero lejos de estereotipar a la gente, algún vestigio de sociedad intentando usar moldes para que nada se vaya del cauce, tenía. Y no quiero ser ni un poquito más así.
Si realmente creo en los fines de semana sanadores, y revitalizantes con amigas, tengo que internalizar que las personas somos más de lo que mostramos, y con lo que está debajo hacemos lo que podemos, porque la primera impresión responde a ideologías que nunca me representaron.
Siempre creí que no tenía prejuicios, y mi primer gran desafío se me presentó parado en dos piernas en el cuerpo de una adolescente de 14 años, que con todos los tonos que tiene a mano, me lleva a caminos de pensamiento que son más liberadores.
Por empezar no quiero usar palabras que describan a las personas, ni a mi misma porque, como escuché hace poco, eso quita libertad, aprieta y ahoga.
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